lunes, 23 de diciembre de 2013

LA SENSIBILIDAD

Salió de la consulta sujetándose el corazón con una mano... A veces pensaba que no le cabía y usaba las dos al mismo tiempo. Un hombre que pasaba por la acera de enfrente se le quedó mirando con una sombra de inquietud en la mirada, llevaba un carrito rosa y verde lima que se le antojó delicioso, como un hermoso baúl de secretos a punto de desbordarse, quiso preguntarle si podía mirar en su interior, pero inmediatamente desechó la idea y una lágrima caliente le rodó por la mejilla hasta asentarse suavemente en la punta de la barbilla, allí, decidió dejarla.


Minutos antes, el doctor se había sentado muy serio frente a él, escrutándole minuciosamente tras sus lentes esperó a que él, incómodo, sintiéndose terriblemente observado, le preguntara. 

- ¿Es muy grave doctor?
- Mucho, yo diría que puede usted morir en horas, minutos y hasta segundos, esta enfermedad tiene diferente grados de incompatibilidad con la vida, no puedo engañarle.
- Pero... ¿qué tengo exactamente? 
- Pues yo diría que el diagnostico es claro, clarísimo, padece usted de "SENSIBILIDAD AGUDA"
- Pero, ¡No puede ser! ¡Y ahora! ¿qué voy a hacer?
- Existen tratamientos que remiten los síntomas, pero tendrá que ser muy estricto y sobre todo disimular sus emociones, este mundo no está hecho para los SENSIBLES y podría tener graves problemas de adaptación.
- Comprendo- Sintió como el corazón le daba un vuelco - ¿Y en que consiste el tratamiento?
- Debe tomar usted estas pastillas, 5 por la mañana, 5 por la tarde y 5 por la noche, poco a poco se sentirá mejor, ¡no se preocupe tanto, hombre!, es una enfermedad de las raras, pero lo importante es lograr controlarla.




Había tres tipos de pastillas en la caja que le mostraba, de diferentes formas, texturas y colores. Quiso tocarlas y mirarlas fijamente para hacer una lista precisa de diferencias en su mente, se imagino que eran gominolas que había comprado en la tienda de la esquina, recorriendo cada mostrador con la bolsa en la mano, debatiéndose entre las esponjosas nubes, los tiernos ositos o las explosivas píldoras de burro...


- ¿Cuáles he de tomar primero? 
El doctor le miró extrañado - No le comprendo.
- Me refiero a que color debo tomar en las comidas y cual en las cenas... 
- Cualquiera 
- ¿cualquiera? 
- Son todas iguales, lo importante es respetar el número 
- ¿Me había parecido que tenían "PEQUEÑAS" diferencias- Resaltó, la palabra "Pequeña" con temor a que el doctor le tomara por loco 
- Le repito que no le comprendo, puede tomar cualquiera... - Dijo el doctor, frunciendo el ceño.

- ¿Y qué me recomienda hacer para disimular hasta que las pastillas hagan efecto? 
- Cosas sencillas, que no le costarán mucho... Evite mirar fijamente los objetos y abrir en exceso los ojos. Póngase estas gafas de sol, le ayudarán a difuminar los colores y a dispersar las formas. Contenga el asombro y si lo siente, tápese la boca de la misma manera que cuando se bosteza. Colóquese estos tapones en los oídos, así evitará distracciones innecesarias. 


Antes de salir de la consulta, se fue directo al aseo tapizado con una composición perfecta de baldosas blancas y Negras, que tuvo que obligarse a no mirar.
Tomó con un sorbo de deliciosa agua fría las cinco primeras pastillas, el agua nunca le había parecido insípida, decidió empezar por las rojas, el recuerdo a fresa ácida de su niñez le estalló en el cerebro y sintió que le brotaba una risa espontánea, que remitió tapándose la boca como si fiera a estornudar.

Con los tapones puestos, tapándose la boca con una bufanda y los ojos entrecerrados cubiertos con las gafas de sol salió a la calle, comenzó a andar deprisa sin mirar por donde iba, por el rabillo del ojo le pareció ver a un hombre que tiraba de un incómodo y oxidado carrito que invadía la acera mientras una señora le increpaba nerviosa. Por un momento, le pareció que aquel carrito lanzaba fugaces destellos rosados, tal vez lima, pero descartó la idea de inmediato.

Cruzó los brazos sobre el pecho, para evitar que el corazón latiera más de la cuenta y apretó el paso, le pareció notar el calor de una lágrima, un leve temblor en los labios... Se pasó la mano por los ojos y se la quitó de un brusco manotazo... El mundo se fue tiñendo de gris a medida que avanzaba, pero parecía sentirse mejor, tal y como el doctor había pronosticado... A pesar de todo, alcanzó a darse cuenta de que no pudo sonreír de dicha y no entendió muy bien porque... Tal vez, 5 pastillas no eran suficientes... Tal vez no había sido buena idea comenzar por las rojas... Tal vez los destellos si eran rosados y lima... Entonces fue cuando decidió abrir la mano, y cientos de pequeñas gominolas cayeron desperdigadas cubriendo por completo los adoquines y el hombre del carrito lima y rosa se le quedó mirando con la boca abierta...


Texto: Cosas de Palmichula

2 comentarios:

  1. Cuanta verdad hay en lo que escribes...Erradicar la sensibilidad para dejar paso a la frialdad insensible puede que alargue la vida, pero resta vivencias preciosas. Seguramente pasados unos días tomando esas pastillitas de colores, sentirá que el corazón le cabe de sobras en un puño, y desaparecerán esas lágrimas "inoportunas" que denotaban sentimientos.
    A veces creemos que la insensibilidad nos libraría de conflictos, que sería la panacea para nuestra felicidad, sin darnos cuenta de que sin sensibilidad también nos perderíamos los mejores momentos, esos que multiplican por mil nuestra dicha.
    HE DICHO!!!!!.
    Ponte las pilas, que el que mas y el que menos tenemos algo de barullo en estas fiestas. Vive tu sensibilidad en la mejor de sus facetas, y sonríe ante lo que venga. Sonreír es la mejor carta de presentación, y además adelgaza.
    Besotes mil, Palmira

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    1. Gracias por tus reflexiones Clara, precisamente es lo que busco cuando me salen a borbotones estas historias y siento una necesidad imperiosa de contarlas. Tú respuesta vale por ciertos de mensajes. Y sonrío... aunque a veces cueste, y lucho por mantener la sensibilidad intacta, como el honor y honra. Un besazo.
      Palmira

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